Me emociona la posibilidad de gobernar la alcaldía en que nací porque supone trabajar no sólo por Miguel Hidalgo sino también por México y por su capital, y porque a que a pesar de haber andado muchos caminos no he terminado de conocer nuestra gran ciudad, no la he amado aún lo suficiente y hoy, ante la adversidad, asumo el compromiso de colaborar con mis modestas fuerzas para que la cuidemos mucho y estemos a su altura.
Codo a codo con mi esposo, Miguel González Avelar, entonces Secretario de Educación Pública, trabajé en la emergencia educativa derivada de los sismos de 1985. Nos enfrentamos, entre otras muchas desgracias, a más de 600 mil niños que de la mañana a la noche se quedaron sin escuelas. Visitamos, colonia por colonia, una enormidad de planteles dañados para atender sus problemas. Y lo mismo dialogué con los padres de niños de Iztapalapa o de Tláhuac que de la Miguel Hidalgo. Tenían todos miedo de que sus hijos regresaran a la escuela pero también de que perdieran el año escolar. Para resolver este problema, reconstruimos, inventamos, fabricamos, buscamos lugares alternos. Y así, en un lugar o en otro, en camiones, en vagones de tren, en plazas y jardines, en aulas prefabricadas –pero seguros–, los niños regresaron a clases ese diciembre. Aprendí mucho de mi ciudad
En el año 2000 tuve el honor de ser la primera mujer candidata a la Jefatura de Gobierno del entonces DF. Otra vez de vuelta a recorrer las calles, a meterme a los lugares más hermosos, más desamparados y más vulnerables de las 16 entonces delegaciones, y a ver nuevamente de cerquita sus problemas y carencias a pesar de toda su belleza y esplendor.
Debo presumir que nos fue muy bien para ser un partido nuevo y sin muchos recursos. Democracia Social tuvo tres diputados locales y casi el 6% de la votación. Hicimos realidad en la capital el matrimonio igualitario y el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, e iniciamos la ruta aún en curso que conduce a la legalización de la mariguana.
En esa campaña, debatí muchas veces con el actual presidente de la República. Y fue una experiencia que me alertó. Desde entonces atisbé el rostro del autoritarismo, de la misoginia y del populismo, y en los últimos dos años he podido confirmar que aquellos rasgos que vislumbré de cerca en él han venido confirmándose uno a uno.
No me equivoqué entonces y sigo fiel a mis principios al combatir, 21 años después, los mismos modos tiránicos.
Vi esas formas de gobernar en Venezuela, de donde salió exilado mi padre en medio de una dictadura militar, justo por defender la libertad de expresión. Sé mejor de lo que creen de qué estoy hablándoles.
Soy una chilanga que cree profundamente en la democracia y que se opone rotundamente a cualquier forma de liderazgo mesiánico, de esos que se envuelven en ropajes paternalistas sólo para usarnos, aplastarnos y destruirnos.
Me niego a ser gobernada por los que usan la manipulación y su propia ignorancia para cosificar, instrumentalizar y poner una camisa de fuerza a las libertades, al conocimiento, a los hombres, a las mujeres.